Los profesionales del sector vitivinícola ribereño temen que el exceso de lluvias favorezca la aparición de enfermedades fúngicas
Está claro que nunca llueve a gusto de todos. Y cuando lo hace en demasía, menos. Mientras los agricultores cerealistas empiezan a hablar de cosecha récord, los viticultores de la Ribera del Duero miran al cielo con preocupación y empiezan a clamar por sol y calor.
Los profesionales vitivinícolas de la Denominación de Origen Ribera del Duero han expresado su temor a que las lluvias tan abundantes disparen el riesgo de la aparición de ciertas enfermedades en el viñedo, como el mildiu y el oídio.
Desde noviembre de 2017, cuando finalizó la vendimia, al pasado 23 de mayo, según los datos facilitados por el Consejo Regulador ribereño, las lluvias han dejado de media más de 346 litros por metro cuadrado en la zona.
Esta cantidad supera en casi un hectolitro el volumen de precipitaciones histórico en la Ribera del Duero en ese mismo periodo, que es de 249,9.
En algunos casos, se supera con creces esta cifra. En Valbuena de Duero (Valladolid), entre el 1 de enero y el 6 de junio de 2018 se han contabilizado 440,4 litros por metro cuadrado, según recoge la estación meteorológica de Bodegas Familiares Matarromera.
Por su parte, Bodegas Marta Maté, en Tubilla del Lago (Burgos) cifra en 175,4 los litros caídos en sus viñedos desde el 1 de mayo.
«En estos momentos tenemos agua de más. A partir de ahora se empieza a generar un problema», afirma José Nuño, presidente de la Asociación de Enólogos de la Ribera del Duero, Enoduero.
Al exceso hídrico se une el ascenso de las temperaturas, que de media superan 12 grados centígrados, y la elevada humedad ambiental, condiciones que, unidas, se convierten en «el calvo de cultivo idóneo para la propagación de hongos. En estos momentos hay un peligro serio de plagas de oídio y mildium, que son las enfermedades que pueden hacer daño al viñedo», insiste Nuño.
El Consejo Regulador recomienda tratar
El propio Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero recomienda empezar a actuar contra estas enfermedades.
«Obviamente es el momento. Hay que estar atentos para tratar e intentar proteger. El viñedo está bien, pero hay que estar pendientes de las enfermedades e intentar evitarlas», subraya Enrique Pascual, presidente del órgano gestor ribereño.
Desde hace unas semanas, es habitual ver en las parcelas a los viticultores aplicando tratamientos antifúngicos en los viñedos, con frecuencia, a mano, ya que el exceso de agua acumulada en las parcelas impide el acceso de vehículos y maquinaria agrícola.
«Gracias a las estaciones agroclimáticas recogemos los datos necesarios para tomar las medidas adecuadas. Por eso, desde mediados de mayo estamos realizando labores de tratamientos preventivos de enfermedades fúngicas», explica José María López, jefe de campo de Matarromera.
Este año, la persistencia de los chubascos dificulta estos trabajos ya que el agua caída limpia los tratamientos y obliga a repetir su aplicación para intentar garantizar su efectividad.
En cualquier caso, el proceso hay que reiterarlo cada quince ó veinte días ya que, transcurrido ese tiempo desde su aplicación, los productos dejan de tener efecto.
Alternativas naturales
Frente a los tratamientos convencionales, están los profesionales de sector productor y elaborador que apuestan por los cultivos ecológicos o biodinámicos.
En ese caso, el riesgo de hongos se combate con productos con pequeñas dosis de cobre, con extracto de mimosa y con una cubierta vegetal entre las hileras de viñas que ayuda a regular el exceso de agua de forma natural.
«Todo es válido. Estos no son productos sintéticos, no penetran dentro de la planta y no alteran sus funciones fisiológicas. Son menos tóxicos, más respetuosos con el entorno y el consumidor, pero igual de válidos», señala Manuel del Rincón, de Terracota Ingenieros.
En su contra, su carácter ‘natural’ dificulta que se adhieran a la planta, por lo que hay que repetir su aplicación con más frecuencia.